Opinión. La crisis del Coronavirus deja muchas preguntas y pocas respuestas. ¿Realmente queremos volver al mundo que teníamos?

Por Antonio Mizzoni

Mientras el Covid-19 sigue su camino inexorable por el mundo entero, todos se preguntan cuándo y cómo esto pueda terminar. Economistas, sociólogos, sicólogos, periodistas opinan sobre el futuro que vamos a tener tras la emergencia por el coronavirus y muchos están convencidos de que el mundo que nos espera ya no será como antes; pero la mayoría de nosotros, tras este confinamiento, tiene un único deseo: volver a la normalidad.

Pero ¿qué normalidad teníamos antes? ¿Nos conviene volver a ella? Esta pandemia nos ha dado muchas enseñanzas, pero sobre todo ha puesto de manifiesto la fragilidad de nuestra condición humana y de nuestro Sistema; nos ha enseñado que hace falta reforzar todo el sector público: la sanidad, la educación, los servicios sociales, que más vale tener hospitales, personal y material sanitario que centros comerciales, vendedores e influencers.

En una sociedad hay derechos fundamentales y solo los servicios públicos pueden garantizarlos a todos. Una sociedad no puede considerarse civil si no hay igualdad de derechos y oportunidades. El colapso de los hospitales y de las unidades de cuidados intensivos ha puesto de relieve años de recortes al sistema sanitario público mientras se invertían millones en tecnología militar y armamentos.

Paradojas del sistema

Tenemos armas nucleares y bombas inteligentes pero no tenemos suficientes respiradores y mascarillas. Casi todos los Estados, dotados con armas sofisticadas, se han encontrado impotentes delante de un virus invisible que, con una letalidad inferior al 0,5% ha puesto en jaque a casi todos los países del mundo, destrozando economías y ganando batallas en una guerra no convencional. Son contradicciones y paradojas del Sistema.

El Sistema neoliberal globalizado ha convertido en normal lo que es socialmente inaceptable. Solidaridad, justicia social, distribución justa de la riqueza que se produce se han convertido en utopías e ilusiones, cuando deberían ser los cimientos de una sociedad digna de este nombre. El Covid-19 ha marcado un antes y un después. ¿Estamos seguros que queremos volver a una economía que se funda en la producción sin límites, en el consumismo hedonístico sin frenos para comprar cosas que no necesitamos gastando recursos que non son ilimitados?

¿O es mejor poner la economía al servicio de las reales necesidades del hombre evitando desgastes y respetando el medioambiente? Se consideraba normal despilfarrar recursos naturales y contaminar el medioambiente para consumir productos innecesarios; agolparse en los centros comerciales cuando empiezan las rebajas para comprar prendas solo porque son baratas o de moda; celebrar está orgía de consumismo compulsivo que nos hacía comprar productos fabricados en países pobres donde no existe una legislación que tutele el trabajo, explotando durante 12 o 14 horas al día a hombres, mujeres y niños trabajando en condiciones de semiesclavitud para que una élite pueda acumular riquezas vendiendo prendas y objetos que huelen a trabajo mal pagado hecho en condiciones inhumanas.

La normalidad era la crisis

La normalidad era el problema. El Covid-19 muy probablemente no ha sido un fenómeno aislado, fuera del contexto social y económico, fuera del Sistema: ha sido el producto. Científicos de todo el mundo ya nos habían avisado sobre el brote de una posible pandemia. Nosotros hemos creado las condiciones ideales para la transmisión de virus de animales a seres humanos.

Deforestación, destrucción de ecosistemas, explotación indiscriminada, agricultura intensiva, ganaderías industriales intensivas de animales y urbanización sin límites pueden haber sido el origen de esta pandemia. Hace unos meses el más importante comentarista del Financial Times de Londres, Martin Wolf, ha escrito que el capitalismo ha dejado de funcionar; que se necesita un cambio para salvar la democracia liberal.

Este insospechable defensor del libre mercado ha afirmado que hoy en día los ricos son mucho más ricos y los pobres y la clase media más pobres, que las desigualdades económicas aumentan y millones de personas conocen solo la cara más dura del capitalismo. El famoso diseñador y empresario Giorgio Armani, una de las firmas más conocidas en el mundo, con una carta publicada en la revista Women’s Wear Daily ha mandado un mensaje muy duro al mundo de la moda, criticando sus excesos y declarando que él ya no quiere seguir trabajando de esta forma porque es inmoral. En su escrito Armani reprueba el consumo de manera masiva en el sector de la moda y la superproducción que no tiene en cuenta el daño al medioambiente.

Papa Bergoglio lleva años criticando los excesos del consumismo compulsivo y la injusta distribución de la riqueza, advirtiendo sobre el riesgo de que para salvar a los grandes capitales se deje a la gente sin trabajo. El Papa en estos último días ha llegado a invocar una renta básica universal. Estos ilustres personajes no se han convertido en marxistas o en no global-antisistema, simplemente ellos saben muy bien cómo funciona el Sistema y nos están avisando. El futuro, el cambio no está solo en las manos de los poderosos de la Tierra y de la clase política, está también en las nuestras. Mucho depende de nosotros.

Necesitamos poner al centro la vida y la salud de todos y favorecer con nuestro comportamiento una economía que esté al servicio de todos, produciendo lo que realmente necesitamos y no alimentar una economía que tenga como objetivo primordial los beneficios de una muy exigua minoría. Un mundo en el que la prosperidad está limitada a pocos no es sostenible a largo plazo; solo una participación equitativa en los beneficios puede garantizar la supervivencia de la humanidad. La normalidad previa a la pandemia no va a volver. En parte porque no podrá, ya que cambiará la forma de trabajar y de relacionarse, y en parte porque no deberíamos permitirlo.

Debemos cambiar y para eso se necesita más conciencia y responsabilidad. Se necesita sobre todo más cultura, que no es solo un conjunto de conocimientos, sino también, y principalmente, conciencia de sí mismo en relación con el mundo para entender lo que es realmente importante en la vida con el objeto de mejorarla. La salud de todos, la producción, la economía entera, el medioambiente no pueden depender de las leyes del mercado libre y de los intereses de un grupo de personas que tienen como objetivo primordial la ganancia. Hay una evidente contradicción. Quizás no nos conviene volver a esa normalidad que muchos invocan.