Qué hace, qué ve, qué siente. 24 horas en la vida de Sergio, un enfermero argentino que lucha en primera línea contra el Coronavirus, en la región más golpeada de Italia.

Martes 24 de marzo. Sergio se despierta después de una dormida de 12 horas, de esas que cuando abre los ojos no sabe si está en su casa, en Argentina o en el hospital. Es una buena señal, significa que durmió bien. Es mediodía, no sabe si desayunar o almorzar, pero para un enfermero acostumbrado a trabajar con los horarios cambiados eso es un dilema menor.

Se queda un buen rato en la cama, responde mensajes. Su familia de San Juan, su hijo, sus colegas. Se toma un café, ordena un poco la casa y se va a hacer la compras. Como la casa de su ex mujer queda camino al supermercado, estaciona su auto frente al edificio y saluda a su hijo que lo mira desde el balcón. Desde que la crisis del Coronavirus empezó que no lo ve en persona, solo llamadas por Whatsapp. Está aislado.

Vuelve a casa y entrena un poco en el jardín. Hace pesas desde que tiene 17 años pero con la cuarentena cerraron el gimnasio. Después de un mes de estar parado el cansancio se empieza a sentir. Hace algunas flexiones con botellas de agua y vuelve adentro.

Cierra un rato los ojos. No logra dormir pero sabe que la noche va a ser larga y cuesta mantenerse concentrado tantas horas. Reposa. Como a las cuatro se levanta y se cocina algo. Será la comida fuerte del día. El tiempo pasa rápido y a las seis, empieza a prepararse.

Agarra el celular y busca el Himno argentino en YouTube. Puede parecer una frivolidad o un exceso de nacionalismo pero para los que vivimos afuera de nuestro país tanto tiempo, un acorde de una canción pueden ser tan significativo como el abrazo de mamá. Más tarde cuando suba al auto, pondrá el Himno italiano. Hace casi 20 años que vive en Italia, su hijo nació acá, y esta tierra también lo forjó tal y como es. Mitad y mitad, como buen argentino.

En la entrada de su casa tiene un mueble IKEA con dos cajones: uno para las zapatillas que usa en el hospital, siempre las mismas. El otro para la mochila donde guarda la vianda y la botellita de agua. Es meticuloso con la higiene, con este virus es la única manera.

“Si vos escuchas el himno argentino es como la situación que vivimos ahora. La mayor parte de los himnos se crearon durante una guerra o una situación de dificultad, el himno italiano es igual”, dice.

Sergio vive en Lesmo, un pueblo a 15 km. de Monza, la ciudad del autódromo de Fórmula 1, el tercero más viejo del mundo y sede del Gran Premio de Italia. Como un piloto a punto de fundir el pedal, se sube a su auto lleno de adrenalina y se va para el hospital donde trabaja, a 15 minutos de distancia.

Un saludo a su hijo desde el auto camino al supermercado.

Un saludo a su hijo desde el auto camino al supermercado.

El hospital

Monza tiene un gran hospital público y dos centros privados, entre ellos el Policlínico donde trabaja Sergio. Desde el inicio de la epidemia, Monza y Brianza ha tenido 1750 casos positivos de Coronavirus, sufriendo un notable aumento de los casos esta última semana. La zona tiene una población de casi 900 mil personas.

El Policlínico de Monza sumó al reparto de terapia intensiva para 10 personas, otro de igual tamaño, juntando todos los quirófanos y salas operatorias. En cada turno se mezclan los enfermeros de una y otra especialidad. Sergio es enfermero de terapia intensiva y hoy entra a las siete.

En repartos normales, cada enfermero se ocupa de monitorear a 40 pacientes, más menos; en tiempos de Covid, cada profesional se ocupa sólo de dos personas, así el grupo de trabajo es de cinco por cada sala.

Cuando llega al Policlínico le controlan la temperatura. Hasta ahora siempre regular. Cruza los pasillos que ya conoce de memoria y llega al vestuario. Sus compañeros se visten, algunos con más velocidad. Cuando cruce la línea que separa la terapia intensiva del resto del hospital no podrá salir por las próximas seis horas. Ni siquiera para ir al baño.

¿En qué pensas cuando te preparas?

– Escucho frases en mi cabeza, gente que me llamó al teléfono para preguntar por un familiar internado, la escucho a mi vieja cuando era chico, el llanto de mi hijo cuando nació. Es como que el cuerpo lo hace para estimularte, no sé.

El vestuario es una sala de cinco metros cuadrados, con un armario para cada uno y dos baños. Todo se hace bastante rápido. “Primero te pones el ambo y arriba el mameluco. Cuando cierro la capucha y me pongo la máscara, ya me concentro. Hay un protocolo para vestirse, no es así a lo gaucho, hay pasos a seguir. Primero tardábamos mucho porque estábamos asustados de contagiarnos, ahora ya estamos más familiarizados”, dice.

Entra. Pasa por un túnel de pasillo largo. Están los otros compañeros que se van, después de un extenuante turno de 12 horas. Salen destruidos, muertos de sed. La sala es enorme, diez camas con diez personas, cada una a tres metros de la otra y al lado de cada una, una columna con un monitor, cables, un respirador y un tubo de oxígeno.

El vestuario del Policlínico de Monza

El vestuario del Policlínico de Monza

Los pacientes Covid

Un paciente que llega con Covid llega con problemas para respirar y mucha tos. Se le hace una radiografía, una TAC (Tomografía Axial Computarizada) y un hisopado. Si da positivo y es joven se lo lleva a una habitación normal con oxígeno, con un casco si es necesario. Al paciente se le deja un timbre en la mano para que llame al enfermero si es necesario.

Pero en terapia intensiva no hay muchos jóvenes, acá llega la gente adulta y los adultos mayores. “Tenemos que controlar a dos pacientes en contemporáneo, les hacemos controles de sangre cada 3 ó 4 horas, los “posturamos”, le cambiamos el modo de respiración, porque no están conectados a un respirador normal y hay distintas maneras de respirarlo. Yo trabajo con este tipo de pacientes”, me cuenta Sergio.

El Policlínico de Monza tiene en este momento 200 pacientes internados positivos al Sars-CoV-2, y 20 en terapia intensiva.

“Tratamos de hacer todo lo más invasivo para el paciente las primeras seis horas”. Sergio sigue la evaluación de dos pacientes desde hace dos semanas. “Por suerte los dos que vengo siguiendo están vivos”, dice. Uno es Mauro, 54 años y la otra es Rosalba, 55 años. Mauro no tiene patologías previas y Rosalba tiene problemas a nivel vascular pero nada que tenga que ver con lo respiratorio.

¿Te reconocen?

– Con Mauro hablé una vez, para probar el estado de conciencia, después de tantos días que estuvo dormido, abrió los ojos y movió los pies. Están en coma farmacológico desde que entraron. A ella todavía no la desperté, va un poco más lenta en la recuperación. 

“Usamos un fármaco que es el curaro, que te bloquea los músculos, no podes mover nada”. Este fármaco es un extracto vegetal preparado a partir de numerosas y variadas plantas de la selva amazónica, la que tiraban los indígenas con las cerbatanas.

“Yo necesito que el paciente esté completamente bloqueado y que no sienta nada, porque cuando tenes un tubo dentro de la tráquea te viene de toser, entonces no respiras bien”. Sergio prepara el ventilador y cada tres horas les hace un control arterioso, para saber el porcentaje de oxígeno y anhídrido carbónico que tiene en sangre.

Mauro y Rosalba llegaron los dos la misma noche y desde entonces están en coma inducido. La familia no los pueden ver ni escuchar, solo llaman al teléfono del hospital una vez al día. Dentro de la Terapia intensiva trabaja un médico que es quien responde y les da un panorama de las condiciones respecto al día anterior.

“Una vez me tocó hablar con la hija de Mauro, porque el médico no estaba. Antes del Coronavirus, estaban prohibidas las comunicaciones telefónicas, por la ley de la privacidad que hay en Italia. ¿Cómo sabes que la que está del otro lado es la mujer? A lo mejor es uno que quiere manipular la información de esta persona. Entonces, todos los que venían, eran identificados. Con esta enfermedad, no pueden venir, tenes que confiar”. 

La hija estaba muy tranquila, con miedo. “A mí me golpeó escuchar la voz de los hijos que decían mandale saludos al abuelo, con los dibujitos en la tele sonando de fondo. Eso, en un momento de adrenalina, fue un cachetazo. Yo le contesté que se quede tranquila, que lo estaba tratando como si fuera mi papá. Traté de darle un conforto. Hoy su papá está estable, las condiciones están invariables, está siempre enganchado al respirador, vamos a ver si en los próximos días podemos despertarlo. Pero el pariente quiere sentirse decir algo más humano, menos técnico”. “Me crea que lo estoy tratando como si fuera uno de mi familia”, le dice Sergio y corta la llamada

Enfermeros del Policlínico de Monza

Enfermeros del Policlínico de Monza

Los otros

Los otros ocho pacientes están más o menos en la misma situación. La mayoría de ellos no necesitan grandes cantidades de fármacos, sólo necesitan la sedación y tratar de mejorar a nivel respiratorio. En promedio todos rondan los 50 años.

“Yo los preparo como si fuera un astronauta que se va al espacio. Y no es como preparar el bolso e ir, es algo complicado. Hay que prepararlo desde el punto de vista físico, mental y técnico. En este caso, un paciente que está andando bien y yo empiezo a ver una futura intubación en dos o tres días, tengo que controlar primero que esté bien de cabeza, que me escuche. Suspendo la sedación, le digo de abrir los ojos y con un tubo en la boca que no lo deja hablar, le hago sacar afuera la lengua o apretarme la mano. No puedo entubar un paciente que no está en grado de toser y se va a ahogar con la saliva. Tiene que tener una buena mecánica, no me sirve de nada entubarlo si está agitado respirando porque sé que a la larga va a colapsar. Yo necesito ir paso por paso para comprobar que este paciente puede respirar de manera autónoma”, me cuenta con paciencia. 

¿Qué drogas usan?

– Estamos usando mucho el Plaquenil, un fármaco antimalárico. A veces funciona. Otros colegas de otros hospitales están dando los retrovirales del HIV pero no funcionan en todos los pacientes. Es un experimentar contínuo. Hay quienes dicen que Italia y España tienen esta gran cantidad de muertes porque genéticamente nos parecemos, y nuestro cuerpo produce una reacción excesiva desde el punto de vista inmunitario, a esta enfermedad. Por eso también se dice de usar grandes cantidades de corticoides para tratar de bajar esta reacción excesiva. Es una línea más que no está comprobada.

Uno de los grandes problemas que tiene el Coronavirus es la falta de conocimiento del virus y la gran circulación de información, que por la emergencia, no se logra nunca confirmar. Los médicos y enfermeros se intercambian noticias y métodos, van probando qué funciona.

A las ocho de la noche llegó un nuevo paciente. Había fallecido un hombre en el turno anterior. Lo pusieron en posición prono, panza abajo. Llegó con intercambio gaseoso alto y empeoraba desde el punto de vista metabólico. Pasaría el resto de la noche en estado crítico pero estable. La mayoría llega con una crisis de oxígeno.

El resto de los pacientes internados se encontraban en un letargo eterno y silencioso, pero algunos de a poco, empeoraban. 

Pausa

A la una de la mañana el silencio se rompía con los pitidos digitales de las máquinas y el ruido de los respiradores. Sergio sale a su pausa de media hora, la única permitida en su turno de 12.

Se saca el traje exterior, el impermeable, y lo tira a la basura. Para esa noche se llevó un integrador de proteínas, porque no le dan ganas de comer carne; unas fetas de pan, almendras y una barra de chocolate que la compartió con los compañeros. 

Por lo general se encuentran siempre los mismos compañeros, por ahí rota alguno. “Espero que no resulte ninguno positivo”, dice y me cuenta que han empezado a hacer los hisopados, random, dos o tres a la vez. “De los que trabajan conmigo todos dieron negativos pero hay positivos en otras partes del hospital”.

Hubieron casos de compañeros que se contagiaron y son asintomáticos, siempre jóvenes. Los médicos que se contagian y mueren tienen más de 60. Desde fines de febrero, en Italia más de 6200 trabajadores de la salud se contagiaron y 45 perdieron la vida. Pocas medidas de seguridad, demasiados pacientes.

“Cuando las personas fallecen, mueren solas. Conmigo al lado o con el médico, pero no con un familiar. No está la posibilidad de llevarlo a la casa”, dice Sergio. “Constatamos el deceso, compilamos los documentos, el médico llama al familiar. Y sabemos que del otro lado hay una persona que se va a desesperar, por más que no haya nada para hacer, y que tampoco sabrá cuándo le van a entregar el cuerpo”.

Mueren en coma. A una persona con neumonía le falta el aire, siente que se ahoga. “Nosotros los hacemos que mueran completamente dormidos, que no sientan nada. Yo no quiero que la gente sufra, le quiero dar dignidad a su muerte. Acá hay gente que trabajó toda la vida, que creció hijos, es gente que tiene una vida atrás. Yo los trato a todos como quisiera ser tratado yo”.

Antes se esperaba dos horas para anunciar el fallecimiento, ahora no, enseguida viene la funeraria y se lo llevan así como está, con las sábanas. Se lava el cuerpo y los empleados lo introducen en un cajón. Le ponen una especie de ácido porque el virus sigue activo y se cierra el cajón herméticamente. Directo al crematorio.

¿Le diste el alta a algún paciente?

– Todavía no.

¿Cuántos pasaron por esta terapia?

– Desde que tengo estos dos, hace dos semanas, han pasado unos 20. Derivamos muchos y ya ahí no sabemos qué pasa. Rosalba y Mauro estaban para ser entubados y se descompensaron, se desplomaron, y volvimos para atrás de tres o cuatro días. De ahí a que los volvés a levantar hasta el nivel que lo dejaste, no es algo inmediato. Esta enfermedad hija de puta tiene eso, que te caga la existencia en poquísimo tiempo y después para levantarlo cuesta un montón.

La entrada del Policlínico de Monza.

La entrada del Policlínico de Monza.

Amanece que no es poco

La terapia intensiva tiene unas ventanas cerradas herméticamente, a dos metros de altura. Entra la luz de la nueva mañana pero a esa hora los enfermeros están tan cansados que el amanecer pasa inobservado. Se desconectó la máquina para hacer los controles de sangre y Sergio tuvo que adelantar su salida para ir al otro reparto donde hay otra máquina. Al anticipar los controles terminó un poco antes.

“Me dolía la espalda, parecía que tenía un Pittbull enganchado atrás, necesitaba acostarme. Pero ¿Dónde? Habían unas cajas que nosotros usamos para tirar el material patológico, estaban vacías, puse dos o tres cartones en el piso, hice un rollo con una sábana, me lo puse atrás de la cabeza, y levanté los pies. En esa media hora volví a nacer. Estaba en un ángulo de la sala, detrás de una cama con todo la máscara y el equipo puesto”.

Cuando terminó el turno, se hizo la habitual ducha con agua caliente y se comió un par de bizcochos de sal como para tirar algo adentro. Salió, se subió al coche y se volvió para las calles desiertas del país blindado, peleando una batalla inútil contra el sueño, pidiendo a gritos la rendición. El sueño siempre va a ganar, tarde o temprano. Llegó a su casa, estacionó y se durmió sobre el volante. 

¿Dónde te recibiste?

– En la Universidad Católica de Cuyo, en San Juan. Hace 19 años.

¿Tenes familia?

– Sí, en San Juan están mis viejos, y tengo una hermana acá, trabaja en el mismo hospital. Mañana es el cumpleaños. Nos vamos a largar un par de mocos por teléfono.

¿Lloras mucho?

– Bastante. Cuando me despierto. Después de llorar me siento mejor. La mayoría de nosotros volvemos a casa y estamos solos.

Son más de las nueve de la mañana. Entra a su casa, deja las zapatillas en una caja, la mochila en la otra, se desviste y se acuesta. Tendrá franco hasta el jueves. Se va directo a dormir.